martes, 22 de noviembre de 2011

Tercer libro. Capítulo 8: Carol.

Todo parecía estar bastante calmado y tranquilo al fin. Carol se sentía como en casa, cuando visitó a su querida tía de Valencia, lugar donde la chica se encontraba viviendo con su novio ya asesinado. Aquel asesino de rasgos extraños y que asesinó a su novio mientras hacían el amor, no había vuelto a aparecer. Parecía que la tierra se lo había tragado y que aguardaba el momento oportuno para ir a por ella, pero eso Carol no lo tenía ya en cuenta. La policía atrapó a un sospechoso que parecía llevarse todas las papeletas como asesino, por lo que ella se estaba ya bastante calmada, mientras tomaba una taza de chocolate caliente, además de observar el paisaje moderno que se extendía ante sus ojos mezclados con toque naturales y algunos artificiales. 

Le dolió bastante perder a Erik para siempre, pero más le dolía haber estado cerca de la muerte y no haber muerto como él, no haberse ido como él y estar en otro “mundo” por así decirlo con él, le dolía aún más eso y por pensarlo, no pudo evitar derramar una lágrima que recorrió rápidamente aquel lado de su cara. 

—¿Lloras de nuevo?—le preguntó una voz bastante familiar y con un tono algo anciano. 

—Sí, tía… Lloro de nuevo, pero no te preocupes, lo superaré como siempre—respondió Carol a la vez que dejaba la taza de chocolate sobre la mesa y secaba sus lágrimas.

—Ay mi niña chica… Lo que yo te quiero—dijo a la par que se acercaba a ella para poder acogerla en sus brazos.

—Y yo tía, y yo…

Durante unos minutos, mientras que el sonido de los choches y los peatones inundaban por completo aquella escena, se mantuvieron abrazadas, a la vez que Carol oía intensamente los latidos del corazón de su tía. Aquello le producía una calma inmensa, una tranquilidad, un viaje astral que la llevaba a otra dimensión segura, cálida y protegida, sin miedos y temores. Deseaba quedarse allí para siempre, o al menos el resto del día, pero Carol sabía perfectamente que aquel mundo era irreal, que no existía y que su nueva ocupación era ir a su casa de Madrid, con sus padres durante un tiempo hasta que mejorase del todo tras todo lo sucedido. La chica se apartó del pecho de su tía, y le confesó:

— ¿Sabes? Siempre me ha encantado estar cerca de tu corazón, tus latidos son serenos y profundos, me encantan. 

—Oh, mi niña, siempre podrás oírlos cuando más lo necesites—respondió su tía con un tono bastante cariñoso.

Carol la abrazó intensamente y luego se dirigió hacia el interior de la casa dispuesta a su habitación. En ella, una maleta de grandes dimensiones estaba tirada sobre la cama y abierta completamente, además de un montón de ropa acumulada al lado la cual tenía que guardar. Nada más doblar el primer jersey y meterlo en la maleta, ya algo comenzó a hacerla sentir mal. Sentía un vacío enorme en su interior, un vacío que no podía llenar por nada, ni introduciendo toda esa ropa y los latidos de su tía podría llenar ese hueco. Continuó, evadiendo aquella sensación y consciente de que tenía que guardar la ropa para partir inmediatamente hacia la casa de sus padres, donde debía estar. 

No pudo, y la maleta cayó al suelo con toda la ropa que ya tenía dentro bien doblada. Rápidamente Carol rompió a llorar, y se tiró con fuerzas sobre la cama, como si estuviera completamente hundida, sin poder sostenerse en pie. ¿Qué hacer cuando matan a tu pareja y un asesino deforme, o algo raro, podría hacer lo mismo contigo? Así se encontraba Carol. Era bastante triste y penoso. Sabía que debía hacer la maleta de un momento a otro, continuar con su vida y olvidar el pasado lo buenamente posible. Pero aquellas lágrimas eran bastante dolorosas, quemaban, ardían por la cólera y rabia que Carol sentía en su interior. En silencio, dejó de llorar, se levantó, secó sus lágrimas y continuó con la tarea. Debía ser fuerte, sí, fuerte tenía que ser, debía luchar y eso era lo que estaba haciendo, luchar por tener fuerzas y olvidar el pasado por completo. Aquella noche la pasó allí, en casa de su tía. Sabían las dos muy bien que al día siguiente Carol debía partir sobre las ocho y media de la mañana, por lo que no podían acostarse bastante tarde. Aun así, las dos tomaron unas cuantas copas de vino, celebrando como consecuencia la estancia de su querida sobrina en aquella casa y el haber podido vivir sin más temores. 

Listas para la ida, las dos salieron por la mañana bastante más temprano que la hora en la que salía el autobús. Mientras la noche aún se cernía sobre ellas dos, caminaban con calma, sin rapidez y observaban las silenciosas calles con algunos transeúntes dirigiéndose hacia sus puestos de trabajo. La estación de trenes estaba totalmente desértica, sólo algunos chófer y otros empleados de limpieza se hallaban allí, muy bien separados unos de otros y haciendo sus tareas correspondientes. Era ya la hora de partida, el autobús en el que Carol debía marcharse estaba allí, en frente de ella con el motor en marcha, con dos pasajeros y el conductor esperando a que la chica entrase. Dándose, se despidió de su tía:

—Adiós, tía… Espero que nos volvamos a ver pronto.

—Lo más seguro, mi niña, lo más seguro—se acercó a ella, le dio un fuerte abrazo y terminó—. Ten mucho cuidado, ¿vale? Te quiero.

—Lo tendré—aseguró Carol mientras subía ya en el autobús, y continuó—, tendré mucho cuidado, y yo también te quiero.

Las puertas ya se cerraron, y ya algo las separaba de las dos. El motor se puso en marcha y ya en la lejanía se observaba una pequeña silueta, la de su tía que decía “adiós” con la mano.

Carol se puso los auriculares para oír música. Cerró sus ojos, y se dispuso a imaginar escenas y mundos casi fantásticos para entretenerse y poder quedarse dormida. Ya casi a punto de poder viajar al mundo de los sueños, comenzó a oír un extraño zumbido. La música parecía alejarse poco a poco, y el zumbido se adentraba más en su mente. Tras aquel zumbido se podía apreciar lo que eran como unas extrañas palabras, ininteligibles y mezcladas con aquel extraño sonido. Pronto, Carol abrió sus ojos, quitó corriendo sus auriculares, y al tiempo en que el autobús pasaba por una autovía sin apenas luz, pudo visionar una extraña figura al principio de los asientos, una figura que se movía en forma de vaivén, al son del movimiento del transporte y que le ocasionó cierto miedo a Carol debido a que un haz de luz impactó contra el cristal y la cegó por unos segundos. 

Aquella figura no estaba ya. Aquella figura había desaparecido y Carol pensó que podría haber sido por sus sueños. Corriendo, se levantó del asiento y se dirigió hacia el cuarto de baño para poder echarse agua en la cara. No se encontraba bien, y las luces el espejo pudieron mostrarle que tenía un aspecto pálido, enfermizo.
Se agachó para poder refrescar su cara por unos segundos, y antes de dejar correr el agua, oyó como un sonido, similar al de una uña raspando una pizarra, sucedía afuera, en la puerta. Poco a poco se intensificaron, como si más uñas estuvieran haciendo lo mismo, como quisieran rayar la puerta hasta poder romperla en pedazos. Carol, con el corazón en un puño, se dirigió con cuidado hacia la puerta a la vez que el sonido incrementaba más todavía. La abrió, y como era de esperar, no había nada ni nadie. Sus ojos viraron hacia la puerta, ahogó un grito ante tal sorpresa, aquella madera estaba totalmente rayada, llena de miles de arañazos. La chica notó un frío intenso tras su nuca, por lo que cerró la puerta tras de sí y se dirigió hacia el asiento. 

Tras unos kilómetros, el autobús pudo parar en una estación para repostar y los pasajeros poder descansar durante diez minutos. Era ya de día, por lo que Carol pensaba que aquello le proporcionaría seguridad ante cualquier peligro o persona. La chica bajó del bus, algo traspuesta por el viaje, y llegó hasta la cafetería, preguntó por el servicio, y le dijeron que era afuera, en la parte trasera de aquel local. No antes de tomarse un café bien cargado, se dirigió hacia el servicio, para así poder continuar con el resto del viaje sin problemas de vejiga ni alimentarios. 

Nuevamente, aquella zona estaba desértica por completo. Carol llegó hasta el servicio de mujeres, no mejor limpio que el de los hombres, ni más ambientado. Entró en la cabina y se dispuso a orinar cuando de repente oyó como un cristal se rompía en pedazos, un cristal bien cerca de la situación en la que ella se encontraba. Tras aquello, gritos de horros y de desesperación pudo oír la chica, por lo que salió corriendo de la cabina y llegó hasta el espejo que estaba al otro lado. Un chico joven había impactado de manera extraña contra el cristal, por lo que su codo no paraba de chorrear sangre hasta convertir el suelo en una pequeña piscina roja. Carol, bastante asustada, le preguntó:

— ¡Pero chico! ¡¿Cómo te has hecho eso?!

— ¡Ah, socorro, aaaaah! ¡Necesito ayuda, socorro, me han atacado! 

— ¡¿Quién, quién te ha atacado?! ¡Di! 

De repente, unos pies de gran tamaño y creando un sonoro estruendo con sus botas al impactar contra el suelo, respondieron ante la pregunta de la chica. Carol quedó muda ante tal cuerpo y ante por quién se trataba. Era aquel hombre, aquel asesino, que mató a su pareja y que la acosó durante un día por completo. Carol se dispuso a echar a correr cuando aquel asesino, alargó una cadena lo suficientemente larga como engancharse a su cuello y tirar del cuerpo de ella mientras se asfixiaba lentamente. 

Tanta fuerza tenía, que llegó a llevarla hasta la altura de su cara. Carol, por un intento d salvarse, arrancó de aquel pañuelo negro y rasgado que le impedía mostrar el rostro. No tenía cara. Sólo era un trozo de piel blanquecino. Al momento, aquel asesino ya no tan hombre, comenzó a lanzar a Carol por todas las direcciones con ayuda de su cadena. El cuerpo de la chica se estaba rompiendo en pedazos, todos los huesos estaban hechos trizas y ya carecía de vida. 

Así, de esa manera, Jador completaba su lista negra. Una lista en la que todas aquellas personas que le hicieron sufrir en el pasado, habían sido vengadas y por fin asesinadas. ¿Qué próximo futuro le aguardaba al chico tras haberse deleitado por tales muertes? 

10, abril, 2021